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Los misterios del café


cafe-derramado1Hace un rato preparé café y me dispuse a servirlo, de vez en cuando la jarra de mi cafetera me juega malas pasadas y me hace que lo sirva en la mesa en lugar de en el tarro. (Que conste que es la jarra y no yo).

Después de limpiar diligentemente y beber el primer sorbo del café de la mañana, en mi nueva actitud de reírme de mí misma, lejos de enojarme sonreí y pensé: “benditos sean aquellos hombres que inventaron esta sacrosanta infusión”.

Mi gusto por el café, no es de siempre, pero recuerdo varias etapas en las que se volvió necesario, una de ellas fue cuando estuve en Canadá, hoy el derrame de café me hizo acordarme de mi querido papá canadiense, Wally, que aunque es un hombre muy diestro para muchas cosas, a veces le sucedía.

La encargada de la cafetera era Elisa, mi mamá canadiense, a quien le quedaba delicioso el café y quien programaba la cafetera desde la noche anterior, que al encenderse inundaba la casa con el delicioso aroma mientras todos nos preparábamos para salir, ella nos tenía listo el lunch junto con nuestro tarro de café humeante para llevar y sobrevivir al frío y al, casi siempre lluvioso,  camino. Y así se convirtió en parte del ritual diario.

Al regresar a México, de las primeras cosas que compré fue una cafetera programable, para dejar todo listo desde la noche anterior. La verdad es que casi nunca uso esa función, pero es bueno saber que se puede.

Alguna vez hice un artículo sobre los orígenes del café, ya no me acuerdo como iba la leyenda, porque además hay varias, hasta de corte religioso y mágico, algunas incluyen cabras pastando y comiendo bayas de café, otras hablan de pájaros y las menos hablan de monjes que no dormían, creo que los mismos historiadores no se ponen de acuerdo sobre el origen.

Tampoco la medicina se pone de acuerdo sobre los defectos y virtudes del café. Hay miles de estudios, artículos y blogs que tienen la misma discusión. Y ese no es el espíritu de este escrito.

Lo cierto es que es una de las bebidas de mayor consumo en el mundo. Que la mayoría de los que tomamos café estamos conscientes que el exceso puede ser perjudicial. Pero que una taza de café en la mañana, despierta, reconforta y creemos fervientemente que nos hace ver el mundo con mayor claridad.

Otra etapa de mi vida cafetera fue cuando entré a la Universidad de Periodismo, enfrente había puestos de comida y fritangas, que un buen día desaparecieron para dar paso a una famosa tienda-restaurante, la de los búhos, suena mal decirlo pero la mitad del tiempo de mi carrera la pasé ahí, hacíamos los trabajos y tareas, matábamos las horas libres y urdíamos toda clase de confabulaciones.

Ya las meseras nos conocían y nos tenían una mesa asignada, éramos estudiantes, así que no llevábamos mucho dinero, nos conformábamos con una taza de café que era rellenada infinitamente, en ocasiones las tazas se heredaban de un compañero que se iba, a otro que iba llegando (ya saben que yo soy especial, así que yo siempre era la primera dueña de la taza) incluso recuerdo que a veces las meseras nos consentían y nos llevaban platos a la mesa, que habían cantado mal en la cocina o que los comensales habían decidido cambiar, ahí no se desperdiciaba nada, éramos una mesa voraz que se conformaba con cualquier cosa que llevaran.

Recuerdo a un amigo entrañable, Armando González, compañero periodista de orígenes jarochos, con el que compartía el gusto por la literatura, la poesía, la música y el buen café, nuestras andanzas nos llevaban al centro de la ciudad de México y sus alrededores, en donde íbamos al café La Habana, al Gran Premio o algún otro café tradicional, donde coincidíamos con periodistas, músicos y escritores, lo cual, valga decirlo, nos entusiasmaba mucho. Así pues con él aprendí a disfrutar de un buen espresso cortado. (No iba a quedar mal ante los tomadores de café profesionales con otra bebida, jeje)

También recuerdo con cariño, que en esa época,  los sábados nos congregábamos en torno a muchos cafés acompañados de largas charlas profundas y filosóficas en “El tapanco de los enanos” café-galería a la que asistía junto con un grupo de amigos por demás disímbolos, contestatarios y estrafalarios.

De ese grupo nos separamos, (no recuerdo si al cierre del café o antes) y los sobrevivientes pasamos muchas tardes en un famoso café de Coyoacán (zona sur de la Ciudad de México) que no se lo digan a nadie, pero no es mi favorito, porque a veces el café está “requemado” pero que cumplía con la función de juntarnos.

Otra temporada en la que se volvió necesario, fue cuando vivía en mi pueblo chico en la península de Yucatán, parecía malabarista con 3 ó 4 trabajos al mismo tiempo, más la maestría. Así que el café era partícipe en mi estado de conciencia y supervivencia, a pesar del calor lo tomaba mucho y muy cargado, recuerdo que cuando me preguntaban qué cómo quería el café, la respuesta era “en rebanadas por favor”, dejando casi siempre boquiabiertos a los baristas o meseros mayitas.

El café también me ha metido en problemas, les cuento que en aquella época una taza de café compartida en el salón de clases con un alumno, cuya familia son cafetaleros y que siempre traía a los ensayos vespertinos de teatro un tarro para sobrevivir la tarde, provocó una mala reacción en una maestra de mente muy sucia y quedé bajo el escrutinio de la lupa de «las buenas conciencias» como que tenía una relación «no apropiada» con mi hijito del alma (sic).

Por mi trabajo, lo que más disfruto de los viajes es la comida local y por supuesto los cafés, como el tradicional parroquiano del puerto de Veracruz. Herencia de mi papá, con quien hasta la fecha disfruto de la complicidad de tomarnos, cada vez que podemos, un café con leche o lechero.

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Los cafés siempre han existido, pero con la llegada de ciertas empresas internacionales (hace un poco más de 15 años), se pusieron de moda en la ciudad de México y aparecieron en cada esquina cafés sofisticados, franquicias, cafés “gourmet” y algunos otros muy sencillos, patios y cocheras de casas habilitados como cafeterías que no necesariamente eran buenos, pero que valía la pena probar.

En México se toma el café al estilo americano, de hecho así lo pedimos, se produce un excelente café a la altura de otros en el mundo, sin embargo, se sirve más ligero que en otros lugares, recuerdo con añoranza el particular sabor del café cubano o el famoso “tinto” de los colombianos.

Así pues, tengo grupos de amigos con los que me reúno con el pretexto “echarnos un cafecito”, para compartir un poco de nuestras andanzas de vida, charlamos, reímos y lloramos frente a nuestras mágicas tazas de brebajes oscuros.

Hace unos días fui con unas amigas a la famosa franquicia de la sirena, la chica que me atendió se quedó perpleja cuando me levanté y le pedí que me sirviera en el mismo vaso otra bebida. Mis amigas no se sorprendieron, ya me conocen y saben que creo firmemente en la posibilidad de que las cosas tengan una segunda vida útil para reducir el desperdicio.

He de confesar que cuando voy al café de la sirena, no siempre tomo café como a mí me gusta, fuerte, en realidad pido mocha o caramel, porque no saben hacer un café como Dios manda.

Es interesante, como de unos años para acá, estas franquicias y tiendas de conveniencia expendedoras de café se han vuelto necesarias en la vida de lo que en México llamamos los “Godinez”, es la clase burócrata, empleados y oficinistas (de empresas privadas o dependencias de gobierno) que por las mañanas se reconocen porque suelen llevar un portafolio, bolsa o mochila, el gafete de identificación colgado en el cuello o en el pantalón, con el móvil en una  mano y un vaso de café en la otra. Algunos de ellos, incluso creen que el vaso de café “de marca” les da un estatus especial (sic).

Godinez viene de un personaje que no figuraba mucho, pero que ocasionalmente salía en el programa de “El Chavo del 8” y que ponía pretextos para no saber o no contestar nada, acusaba a los demás y siempre decía “yo no fui”, se ha vuelto una palabra popular, aunque peyorativa para definir a la clase oficinista con pretensiones, casi nunca se usa para sí mismo y nadie se auto reconoce como “Godinez” (aunque lo sea).

Les dejo un link simpático, pero muy certero sobre los Godinez: http://www.portodoslosmedios.com/2014/05/que-son-los-godinez-y-25-modos-de-saber-si-eres-uno.html

Y en otro tema sobre el café y como dato extra, hay una polémica sobre el diminutivo de la palabra café que es “cafecito”, mis alumnos solían preguntarme esa palabra. La explicación es que cuando la palabra lleva “s” el diminutivo es “sito” como vaso cuyo diminutivo sería “vasito”. En general la forma correcta del diminutivo siempre es “cito” incluyendo a las palabras que llevan “z”, taza entonces es “tacita”.

Y ya para terminar les cuento que en casa hay una broma familiar sobre el café, de una anécdota que contaba la tía Pilar, en México solemos ofrecer a una visita además de un asiento, una bebida, vaso de agua o café.

Casi siempre se utiliza la frase –¿Gusta un cafecito?– O con la esperanza de que no acepte la persona –¿No gusta un cafecito?–, a lo que la respuesta es casi siempre negativa y formal. –No, gracias, así estoy bien–

Si acepta la visita, se ofrecen galletas con la misma fórmula –¿Gusta unas galletitas?–, si se quiere que la persona se vaya pronto se dice –“no tengo galletas”–  y ocasionalmente, si queremos que la visita se sienta cómoda se ofrece otra cosa como pastel (torta) o lo que haya en casa, incluso un “taquito”. (Nótese el uso del diminutivo)

Así pues cuenta la tía que había una señora muy mayor, que seguramente no tenía mucho que hacer y visitaba a los vecinos y al preguntarle: –¿No gusta un cafecito?– ella se apresuraba a contestar –Si, aunque sea con pan–  decía eso para que no la fueran a despachar pronto con la frase de “no tengo galletas” y sabiendo que en algunas casas en México suele haber pan.

A mí lo que me parece más interesante del café es que tiene un poder de convocatoria, un sentido gregario, gran parte de las citas entre amigos, colegas, citas románticas y algunas de negocios se dan en torno al café.

Así pues larga vida a los Dioses del café, quienesquiera que estos sean. ¿Y ustedes gustan un cafecito?

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*Todas las imágenes fueron tomadas de Internet y pertenecen a sus respectivos autores bajo sus licencias originales.

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  1. 12 febrero, 2015 a las 23:00

    que ganas de platicar con excelente cafe…

  2. Maru
    13 febrero, 2015 a las 7:43

    Me encantó!

    • 13 febrero, 2015 a las 10:32

      Maru, ya haremos lo propio, pero combinado entre café y botella de vino, te quiero mucho!

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